Microrrelatos
1 a 10

Microrrelatos
1 a 10
10 minicuentos para disfrutar. Los profesores los pueden utilizar para dictados en clase.
EL DESENCANTADO ARREPENTIDO
Gabriel García Márquez
El desencantado se arrojó a la calle desde el décimo piso. A medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común…, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo: había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.
EL TREN DE LA BRUJA
Jordi Cebrián
Desde muy pequeño he odiado el tren de la bruja, esa atracción donde los niños recorren en un trenecito un lugar oscuro donde la bruja los espera, gritando y agitando su escoba, para asustarles, hacerles reír, o ambas cosas. Pero para mí era un lugar horrible de verdad, un lugar donde la oscuridad podía contener cosa malsanas y terribles, donde cada ruido podía ser presagio de males insospechados. Yo aún recuerdo el sudor frío que sentía cuando mi padre me obligaba a estar allí, horas y horas, disfrazado de bruja y asustando a los niños, mientras él llevaba la taquilla.
SALA DE URGENCIAS
Eduardo Cruz
La mujer camina presurosa y desencajada. Busca con ansiedad hasta que lee: "Sala de emergencias". Entra sin dudar. Nadie la detiene. Todos están ocupados. Observa con atención al individuo de verde y a la mujer de blanco que trabajan con ímpetu frenético. Fija su mirada en el rostro del hombre que yace sobre la camilla. A pesar de la máscara de oxígeno y del tinte violáceo lo reconoce. Es él. ¡No estaba equivocada! Intenta avanzar hacia el enfermo pero duda. La desconciertan los ruidos de los aparatos. Se sacude la incertidumbre y avanza. Se acerca con extraña sutileza. Desplaza al médico y a la enfermera. Pone su mano en el pecho del enfermo; éste lanza un agónico gemido y expira. El médico cierra los ojos contrariado y la enfermera se queda tiesa. Decepcionados, abandonan la lucha.
La dama del traje oscuro se aleja satisfecha.
EL ESPEJO
Cuento popular chino
Un campesino chino se fue a la ciudad para vender su arroz. Su joven mujer le dijo:
—Por favor, tráeme un peine.
En la ciudad, el campesino vendió el arroz y bebió con unos compañeros. En el momento de regresar se acordó de su mujer. Le había pedido algo, pero ¿qué era? No podía recordarlo. Así que compró un espejo en una tienda para mujeres y regresó al pueblo. Entregó el espejo a su mujer y marchó a trabajar sus campos. Ella se miró en el espejo y se echó a llorar. Su madre, que la vio llorando, le preguntó la razón de aquellas lágrimas. La joven mujer le dio el espejo diciéndole:
—Mi marido ha traído a otra mujer.
La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
—No tienes de qué preocuparte, es muy vieja.
VELATORIO
Rocío de Juan Romero
Están ahí fuera. Oigo el arañar de sus antenas contra la puerta, el rascar de sus patas en los baldosines del rellano. El zumbido crece y crece en volumen, hasta entonar una sinfonía macabra, un réquiem de vibraciones.
Pero no los dejaré entrar, aunque amasen entre sus patas un ariete de barro con el que derribar las puertas.
Me niego a que den el último adiós a mi hijo. No quiero conservar la imagen de Gregorio rodeado de una multitud de escarabajos, en actitud de adoración ante su ídolo caído.
MATRIARCADO
Clara García
En alguna ocasión he deseado volver a entrar en la barriga de mi madre y, desde allí, escuchar el sonido de su corazón. Es entonces cuando me doy cuenta de que lo que me gustaría de verdad es estar allí, en su barriga, pero con mis hermanas. O tal vez sería mucho más divertido estar todas juntas: mi madre y mis hermanas. Pero claro, en ese caso deberíamos estar en la barriga de mi abuela. Pero mi abuela ya se ha muerto y además no cabríamos todos porque mi hermana está embarazada y hasta que no sepamos si es niño o niña no podremos dejarla entrar.
MARIPOSAS
Jordi Cebrián
Recorría la ciudad de madrugada buscando muros tristes en los que crecieran plantas trepadoras, y dibujaba en ellos un par de mariposas de colores, de perfección exquisita, que parecían revolotear entre las piedras y la vegetación. Muchos pasaban sin verlas, presurosos por llegar a sus casas o despachos, donde no están permitidos los lápices de colores. Otros se detenían a mirarlas, y sonreían, y esa pequeña alegría les acompañaba en su camino. Pero enseguida llegaba la brigada municipal, luchando por mantener la ciudad bonita. Bajaban de sus furgonetas y, con dos brochazos de pintura gris, mataban a las mariposas.
LA MONTAÑA
Enrique Anderson Imbert
El niño empezó a trepar por el corpachón de su padre, que estaba amodorrado en la butaca, en medio de la gran siesta, en medio del gran patio. Al sentirlo, el padre, sin abrir los ojos y sotorriéndose, se puso todo duro para ofrecer al juego del hijo una solidez de montaña. Y el niño lo fue escalando: se apoyaba en las estribaciones de las piernas, en el talud del pecho, en los brazos, en los hombros, inmóviles como rocas. Cuando llegó a la cima nevada de la cabeza, el niño no vio a nadie.
-¡Papá, papá! -llamó a punto de llorar.
Un viento frío soplaba allá en lo alto, y el niño, hundido en la nieve, quería caminar y no podía.
-¡Papá, papá!
El niño se echó a llorar, solo sobre el desolado pico de la montaña.
YO SOY EL CEBO
Jordi Cebrián
Me convencieron dos amigos de la fábrica para que fuera a pescar con ellos al lago. Hay que ir de madrugada, justo antes de salir el sol, cuando una neblina flota sobre el agua. Me dicen que entonces los peces suben a miles. Me explican también la leyenda de un pez enorme y hambriento que habita bajo las aguas, y cuando ven mi cara de terror se burlan de mi credulidad. Me siento feliz en esta barca, pescando con ellos. Y, de súbito, el golpe, ya está, y oírlos y saber que no era una leyenda y yo soy el cebo.