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Estudio de la novela Los santos inocentes,

de Miguel Delibes


  1. 1. Miguel Delibes y la narrativa a partir de 1936

  2. 2. Contenido y estructura

  3. 3. Diferencias sociales

  4. 4. La naturaleza abierta

  5. 5. Temas principales y secundarios

  6. 6. Personajes

  7. 7. Espacio y tiempo



1. Miguel Delibes y la narrativa a partir de 1936

El arranque de la novela valiosa tras el fin de la Guerra Civil se inicia con la publicación de los dos libros siguientes: La familia de Pascual Duarte, en 1942, obra de Camilo José Cela, y Nada, de Carmen Laforet, publicada en 1944. En la primera novela, que se desarrolla en la Extremadura rural de antes de la Guerra Civil y durante ella, su protagonista cuenta la historia de su vida, en la que se presenta la violencia más cruda como única respuesta a los sinsabores de su existencia. Este libro inaugura un nuevo estilo en la narrativa española, el llamado “tremendismo”, en el que se muestra sin ambages la dureza de la realidad. La novela de Carmen Laforet  retrata el desengaño de la protagonista cuando se instala con unos familiares en Barcelona y ofrece el desmoronamiento físico y moral de parte de la sociedad española en los primeros años de la postguerra.  Ambas obras pertenecen a la tendencia más importante de los años cuarenta: la novela realista existencial, en la que hay que distinguir tres grandes personalidades que seguirán publicando a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX: el ya mencionado Camilo José Cela, Gonzalo Torrente Ballester y el vallisoletano Miguel Delibes. Éste se da a conocer en 1948 al ganar el premio Nadal con La sombra del ciprés es alargada, narración impregnada de una angustia muy propia de aquellos tiempos: obsesión por la muerte y la infelicidad.

En la década de los cincuenta predomina la llamada novela social. Los autores llevan cabo una dura crítica de la injusticia y de la desigualdad de clases. Los protagonistas son individuos representativos de la sociedad: obreros, campesinos, habitantes de los suburbios... El tema principal es la propia sociedad española, caracterizada por la soledad individual y colectiva, una soledad que es fruto de la desconexión entre pobres y ricos, campo y ciudad, y de la división de los españoles a causa de la Guerra Civil. Hay dos títulos sobresalientes: La colmena (1951), de Camilo José Cela, punto de partida de la novela social, que nos cuenta a través de retazos la vida de múltiples personajes de Madrid durante los primeros años del franquismo y fue considerada por el propio autor como “una crónica amarga de un tiempos amargo”, y El Jarama (1955), de Rafael Sánchez Ferlosio, libro que inicia el llamado objetivismo o neorrealismo, en el que escritor presenta la realidad sin emitir juicios de valor, sin permitirse ninguna expansión sentimental o emotiva o sondear la psicología interna de los personajes, un grupo de jóvenes que pasan un domingo de verano a las orillas del río Jarama. Otros autores que escriben sus obras en este período son Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Carmen Martin Gaite, Juan Goytisolo, etc. En este época Delibes escribe su libro que le lanzó a la fama, El camino (1950), con la que inauguró un acercamiento a la vida rural, tema clave de toda su producción. Posteriormente publicó Mi idolatrado hijo Sisí (1953), Diario de un cazador (1955) y La hoja roja (1959), obras en las que critica el comportamiento de los círculos burgueses. Otra obra que se situaría dentro de la llamada novela social es Las ratas, de 1962, para algunos su obra maestra, en la que combina el realismo crudo y el tono poético. Se trata de un documento social de injusticia y denuncia: la situación geográfica del campo castellano y las penalidades que padecen sus gentes. En la obra aparecen el hombre y el entorno enfrentados en desigual trance: la frustración del hombre por la falta de horizonte social.

En los años sesenta, aunque persisten la crítica social y la preocupación por el ser humano, los novelistas se centran más en el lenguaje que en la realidad. Prevalece la experimentación de nuevas técnicas narrativas: el argumento pierde importancia, aparece la técnica del contrapunto y del monólogo interior, el lenguaje es más barroco, aparecen nuevas formas de puntuación y tipografía, el personaje siempre está en conflicto consigo mismo en la búsqueda de su identidad o con el medio social que trata de destruirlo, etc. La obra más representativa de este periodo es Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos, publicada en 1962. Los dos títulos de Delibes que más se acercan a esta tendencia son Cinco horas con Mario (1966), largo monólogo interior en de una mujer que vela a su marido muerto, y Parábola de un náufrago (1969), relato simbólico y alucinante. Pero Delibes pronto abandonó la experimentación lingüística y retornó al intimismo y el realismo minucioso de sus obras anteriores con El príncipe destronado (1974), representación de los hábitos y el habla propia del mundo rural, y Las guerras de los antepasados (1975), cuyo tema dominante es la violencia que rodea al protagonista sin lograr hacer mella en su elemental y singular bondad.

No sólo Delibes, en general, la narrativa a partir de 1975 (muerte de Franco), vuelve a la concepción clásica del relato, recuperando el interés por el argumento, el personaje individual y un lenguaje sencillo y natural. Coexisten autores de distintas promociones y conviven varias tendencias: novela intimista, psicológica, histórica, de aventuras, policiaca, etc. La lista de nombres sería interminable: Eduardo Mendoza, Juan Marsé, Antonio Muñoz Molina, Javier Marías, Jesús Ferrero, Arturo Pérez Reverte, Juan Manuel de Prada, etc. Citamos algunos títulos: La verdad sobre el caso Savolta (1975), de Eduardo Mendoza; La fuente de la edad (1986), de Luis Maleo Diez; Juegos de la edad tardía (1989), de Luis Landero; El jinete polaco (1991), de Muñoz Molina.

Miguel Delibes publica varias novelas en el último cuarto del pasado siglo. Tanto en El disputado voto del señor Cayo (1978) como en Los santos inocentes (1981) reivindica los valores del mundo rural. Otras obras de los últimos años son las siguientes: Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983), exploración de la soledad y el sentimiento amoroso de un anciano; Mujer de rojo sobre fondo gris (1991), dedicada a su mujer; El hereje (1998), su última obra, es de carácter histórico y en ella expone el conflicto religioso católico-protestante en el Valladolid y norte de España del siglo XVI.


2. Contenido y estructura de Los santos inocentes

Los santos inocentes es una novela que consta de seis largos párrafos que constituyen cada uno una secuencia o capítulo, a los que el autor llama “libros”. La razón de esta denominación responde a que cada uno de ellos presenta independencia argumental. Cada unidad textual funciona como una narración poemática autónoma, que no necesita de las otras cinco para cobrar sentido pleno, pero que, sin embargo, adquiere una más cumplida significación como parte integrante de la totalidad. 

La obra responde al esquema tradicional de la novela: planteamiento, nudo y desenlace. Desde el punto de vista del desarrollo lineal de los hechos, la obra se estructura de la siguiente manera:

-En los tres primeros libros o capítulos («Azarías», «Paco, el Bajo», «La milana») son presentados los   personajes humildes (y también “humillados”), sobre todo los dos principales, Azarías y Paco el Bajo, desde una doble perspectiva:

    1. a) Social, a través de la cual resalta la miseria en que transcurre la vida de los oprimidos en el injusto contexto social del latifundio y marcada por una especie de determinismo biológico (subnormalidad) o histórico (pobreza) que les induce a la sumisión.

    2. b) Existencial, que resalta la hombría de bien que, sin embargo, preside el comportamiento de los oprimidos, los cuales se afanan en la búsqueda de calor humano (Azarías), o en intentar la redención para sus hijos (Paco y su mujer, Régula, quieren que su hija reciba una educación, único modo de escapar de su vida mísera en el cortijo). Sus ilusiones fracasan en un cuadro marcado por la frustración.

  1. El libro tercero dota de coherencia a las historias contadas en los dos primeros libros a través de un engarce múltiple: entre personajes (Azarías se integra en la familia de Paco, el Bajo), temático (el amor al prójimo entre los humildes), espacial (convivencia en un mismo cortijo), etc.


Si la estructura externa de la  historia se presenta como un itinerario episódico dramático hacia un desenlace trágico, el discurso está organizado a través de una estructura más compleja que tiende a adensar el significado del relato. Hablaríamos así de una estructura interna que da sentido pleno a los tres elementos imprescindibles, según confiesa el propio Delibes, en todo relato: un hombre, un paisaje, una pasión. En este sentido, el autor pretende poner de relieve:

- El perfil humano de los personajes, y especialmente del Azarías, eje sobre el que gira el relato. Pero el autor muestra también su maestría al dibujar los caracteres de Paco, el Bajo, y del señorito Iván a los que también cabe considerar como personajes de primer plano.

  1. -El marco en el que sitúa los hechos. El cortijo es el universo espacial en el que ubica la historia. Es un paisaje  rico en matices que revela una estructura social semifeudal y arcaica, y también una vinculación estrecha entre el ámbito y las vidas de los hombres que lo pueblan. El paisaje es distinto para cada personaje, según sea amo o siervo. El cortijo pone de relieve una situación injusta en la que “los inocentes” se llevan la peor parte. Para ello, el autor se detiene en los elementos que lo conforman y en la relación de los personajes con aquél.

  2. -El enfrentamiento de pasiones. Delibes enfrenta dos concepciones del mundo: la de los señoritos, basada en el desprecio por la naturaleza y por los hombres, y la de los humildes, fundada en la integración en el medio en que viven y en la nobleza de sus actitudes. Pero el elemento vertebral de la historia es, como antes hemos apuntado, el dramático enfrentamiento entre pasiones (pasión cinegética / pasión por la milana) que concluye en el crimen final.



3. Diferencias sociales en Los santos inocentes

En Los santos inocentes (a partir de ahora LSI) se pueden distinguir dos grupos de personajes: los pertenecientes a un grupo social alto y los personajes sometidos, los sirvientes, que son unos pobres y humildes campesinos. En LSI no aparecen representantes de la clase media, a no ser como sombras fugaces en segundo plano, como Manolo, el médico que actúa casi como un servidor del señorito Iván, o los maestros, Lucas y Gabriel, que contrata la Marquesa para que enseñen a leer a sus vasallos. En el Libro II -aunque se insinúa un poco en el Libro I- el antagonismo se muestra en toda su crudeza: víctimas y victimarios, criados y amos, poseedores y despojados. Paco, el Bajo, y su familia, como Dacio y Lupe o Facundo, todos porqueros, forman el colectivo de víctimas de la injusticia y están caracterizados por rasgos comunes de obediencia, autenticidad y solidaridad. En ellos no hay doblez ni disimulo, su sumisión es absoluta y su concordia con la naturaleza innata. De un lado representan una relación ecológica con el medio y, de otro, son ejemplo del cristiano amor al prójimo que se preconizaba en el Concilio Vaticano II (las chungas a costa de Azarís carecen de maldad y no hacen salvedad de lo dicho).

El grupo de personajes elevados o poderosos cuentan con un solo carácter bien perfilado, el del señorito Iván, que en este Libro II ya comparece con su jactancia chulesca y su desprecio por todo lo que no sea la satisfacción de sus caprichos (ser el mejor cazador, robarle la esposa a Pedro o tener la última palabra en cualquier disputa). En Iván, Delibes ha quitaesenciado la mentalidad del señorito franquista hasta rayar en la caricatura: ahí están su vanidad y su cinismo, su prepotencia y su proteccionismo envilecedor. En él todo son defectos: desprecio arrogante e insensible por el infortunio ajeno, ostentación de una hegemonía social y defensa de una organización socioeconómica férreamente estamental que perpetúe un arriba y un abajo comunicados tan sólo por la caridad de los de arriba y la servil domesticidad o sumisión de los de abajo.


La diferencia entre unos y otros se manifiesta en la denominación de las casas: la de Pedro, el Périto, siendo a un tiempo siervo de los señores y señor de los siervos, se distingue por sus dimensiones, es la Casa Grande, en contraste con el cuchitril de Paco donde se hacinan seis personas en dos habitaciones; la de la señora Marquesa se distingue por su superioridad jerárquica (camuflada en una designación topográfica) es, como corresponde, la  Casa de Arriba. Alrededor del señorito Iván se mueven, además de su madre, la señora Marquesa, y su hermana Miriam, los representantes de los poderes fácticos de régimen franquista: por la Iglesia, el Obispo; por el Gobierno, el Ministro y el Subsecretario, y por la Aristocracia, el Conde. La dicotomía de valores que subyace en estos dos grupos de personajes, y que encontramos en gran parte de la novelística de Delibes, irá articulando los capítulos siguientes.

Delibes destaca la idea de que el latifundio, lugar donde se desarrolla la novela, favorece la diferencia en el modo de vida entre propietarios y ricos. Los señoritos acuden al cortijo sólo de vez en cuando para fiestas o cacerías. Viven habitualmente en la ciudad, despreocupados por sus siervos, caracterizados por la baja calidad de vida, la pobreza, la falta de instrucción. Por eso, en ocasiones, quedan sorprendidos cuando descubren su miseria (como le sucede a la señorita Miriam). Gozan de la amistad de la nobleza y de los altos cargos políticos del régimen de Franco (ministros, subsecretarios, etc.).

Pero el dato de mayor alcance social es, quizá, su arraigada conciencia de propiedad que se extiende no sólo a la tierra, sino también a los hombres. El señorito Iván elige como secretario a Paco, el Bajo, lo va puliendo para tal fin y, cuando va para viejo, se preocupa de buscarle sustituto. Tras el accidente de Paco, el médico subraya esta convención: “ tú eres el amo de la burra”. Tan arraigada tiene esta conciencia que no le importa humillar a su hombre de confianza, don Pedro, arrebatándole su esposa.

Los “inocentes” carecen de todo: no poseen la propiedad de la tierra ni de la casa donde habitan e, incluso, no pueden decidir sobre el futuro de sus hijos. Cuando Paco regresa de la  Raya, cree llegada la oportunidad de redención de sus hijos, pero estas expectativas se frustran porque otro (don Pedro) dispone por él al llevarse a Nieves, su hija, como doméstica gratuita. Los “inocentes”, sujetos a una  férrea jerarquía (“unos arriba y otros abajo, es ley de vida”) se ven abocados a la resignación. Aceptan la caridad de los amos (limosna de la Marquesa, la propina del señorito Iván tras una cacería) y se sienten orgullosos de ser objeto de sus preferencias (caso de Paco, el Bajo, como secretario. Desarrollan una conciencia de vasallaje (especie de contrato no firmado de fidelidad a su señor) que se resume en la repetida frase con la que Paco reconviene a la Nieves: “tú en estas cosas de los señoritos, oír, ver y callar”. Lo curioso es que la conciencia de propiedad y la conciencia de vasallaje son asumidas con toda naturalidad por los personajes. A nosotros, como lectores, el mal trato que recibe Paco del señorito Iván nos parece insoportable, pero los personajes de la novela no lo perciben así.

La propia estructura jerárquica del latifundio y la falta de libertad de expresión en la época en que se ubica la novela explican, en parte, esta radical diferencia en los modos de vida. Pero también explica la actitud social que Delibes denuncia en Un año de mi vida: “la marea creciente de desamor que constato en todas partes”. En LSI se dan con toda intensidad los rasgos el desamor: ostentación frente a la miseria; degradación de la naturaleza frente al arraigo en ella;  prepotencia frente a sumisión; abuso  frente a resignación. El disparo con que el señorito abate a la milana es una señal más de su conciencia de propiedad. El Azarías reacciona entonces de forma irracional, pero pone de manifiesto el valor que se  atribuye a lo poco que posee.

Ciertos factores actúan como barreras, creadas por los que tiene el poder, para hacer imposible el acercamiento entre opresores y oprimidos y la redención de los humildes.  El más importante es la falta de instrucción. La educación es concebida como una forma de caridad por los señores, que, con ello, satisfacen su mala conciencia y no como una necesidad y un derecho de las personas. Los señoritos creen que la cultura redime, pero consideran que es cultura la mera alfabetización. Por otra parte, el concepto de religión que poseen los señoritos constituye otra barrera para la redención de los humildes. La religión aparece como una actividad ritual al servicio de los aristócratas y como una fiesta a la que no pueden asistir los humildes. Cuando Nieves quiere hacer la Primera Comunión, todos los personajes elevados se escandalizan. Unos aluden a su falta de preparación, pero otros culpan al Concilio Vaticano II que les “malmete”. En este Concilio se está planteando un concepto del cristianismo menos preocupado del contacto con el poder y más entregado al amor al prójimo, pero claro, como dijimos arriba, es un amor que no se da entre los señores, que no tienen ninguna conciencia social, solidaridad o sensibildad hacia los oprimidos. Sólo hay una excepción, la señorita Miriam, evitando así el maniqueísmo total de la novela.






4. La naturaleza abierta

    Los santos inocentes constituye la última obra de la trilogía rural de Delibes, de la que también forman parte El camino y Las ratas. Dos son los factores comunes a las tres: el personaje central del inocente,   el amor y la vehemencia emocional con que Delibes defiende la vida del campo, una especie de “Arcadia” no exenta de amenazas.

     Delibes enfrenta en LSI dos modos de entender el mundo y dos concepciones de la relación entre el hombre y la naturaleza, que se asimila a los personajes humildes de la novela. Los criados, como las jaras o las palomas torcaces, forman parte indisociada de la naturaleza. Su vida se ha desarrollado siempre en contacto directo con la tierra en una espontánea comunión con el medio que les ha permitido entenderlo como nunca podrían hacerlo los amos. Azarías lleva una vida absolutamente equiparada a la de los animales: alimenta sus pájaros, pela la caza, corre el cárabo, hace sus necesidades a cielo abierto, abona las flores con los excrementos y cuida de su sobrina como lo hace con el búho o la grajeta. Pese a su minusvalía intelectual, Azarías tiene la facultad de comunicarse con los pájaros (primero con el búho, luego con la grajeta). Paco, el Bajo, es como un perro de finísimo olfato, imprescindible para su amo. Conoce sin titubeo el comportamiento agónico de un ave herida y ventea la caza mejor que un perro. La Niña Chica lleva una vida menos sensitiva que los animales de la finca: no siente, no reacciona… sólo emite alaridos desgarradores. Los personajes femeninos de la familia de Azarías no se identifican tanto con la naturaleza, porque desarrollan su labor en espacios cerrados. Es lo que ocurre a Régula y a Nieves, que no paran de trabajar en las labores de la casa. A estos dos interesantes personajes, inteligentes y con visión práctica del mundo, se les condena a vivir sin esperanza alguna en el progreso, porque la vida les cierra todos los caminos de salida: Nieves no puede estudiar porque a don Pedro, el “Périto”, se le ha ocurrido la idea de colocarla a servir como criada en su casa. Quirce es el único que parece adoptar una postura distanciadora y levemente recelosa, pues en su mirada se vislumbra cierto rencor o, cuando menos, un no “estar por la labor” de contentar los caprichos del señorito Iván.

    Por el contrario, el vínculo de los señores (la Marquesa, Iván) con la naturaleza estriba en su dominio y posesión. Es un vínculo agresivo que vulnera el equilibrio natural. Los señores residen lejos, en la ciudad y acuden al campo sólo de tarde en tarde, para divertirse o controlar las cosas: Iván va a cazar con sus sus amigos influyentes cuando llega la temporada de caza al pasar las zuritas y las torcaces, hacia octubre,  y la señora marquesa y la señorita Miriam van a dar sus periódicas limosnas o a celebrar la primera comunión del señorito Carlos Alberto. Mantienen distancia estamental insalvable que los hace inhumanos y no conocen el respeto a la dignidad del inferior. Para la familia de Azarías y el resto de los campesinos, el campo es su medio de subsistencia; cada uno se dedica a realizar sus tareas, que son tan variadas como laboriosas y poco distinguidas.

     La discordia irrespetuosa con la naturaleza y con sus criaturas se hace arquetipo en el personaje de Iván, el señorito cazador. Una vez tras otra, viola impunemente el orden de esta Arcadia que es la vida del campo  y acumula en sí todos los defectos y vicios del depredador. No sólo dispara gratuita y cruelmente contra la milana de Azarías, en un acto que supone su sentencia de muerte, sino que ha humillado a los criados ante René el francés, ha destrozado el matrimonio de Pedro, el Périto, ha hecho cegar los palomos que sirven de señuelo sólo porque su agitación espasmódica atraía mejor las piezas, ha dejado cojo a Paco, el Bajo, ha pensado en desflorar a  Nieves, aunque su extrema juventud lo ha retraído.

      En definitiva, Delibes enfrenta dos mundos antagónicos: el del orden natural, asociado con la vida rural y el del caos y la necedad incomprensiva, asociado con la cultura urbana, de la que son portadores los personajes elevados. Este enfrentamiento, no obstante, no se manifiesta en la forma de un maniqueísmo rígido, en el que los hombres del campo representan todos y siempre la bondad y la inocencia, y la civilización urbana, en su totalidad, las fuerzas del deterioro y la destrucción. Aunque hay en toda la producción novelística de Delibes un indudable sustrato ideológico en el que se polarizan estas dos actitudes, la que está en consonancia con la naturaleza y la que la corrompe o la profana, en Los santos inocentes estas actitudes se encuentran graduadas en tres personajes: Quirce, Pedro, el Périto, y Miriam. Quirce, el hijo de Paco, se resiste a aceptar el fatalismo de su condición de pobre, de siervo, y alimenta un rencor que sólo se expresa en su hosquedad. Pedro, el Périto, personaje bisagra entre los vasallos y los amos, reúne en sí lo peor de cada estamento: como miembro de una clase inferior, es vejado por Iván; y como miembro de una clase superior, abusa de la docilidad de Régula y paco para explotar a la  hija de éstos, Nieves. Por último, Miriam, la hija de la Marquesa, manifiesta su consternación ante la miseria que rodea a los criados y sale en defensa de la legítima aspiración de Nieves de comulgar.



5. Temas principales y temas secundarios

     La obra plantea como tema principal la situación de injusticia social que sufren unos sirvientes por parte de sus señores. Los primeros son unos humildes y pobres campesinos, inocentes y humillados, que acatan con total sumisión los abusos de la clase caciquil. Éstos, los dueños de la tierra, los señores (representados por el señorito de La Jara y, sobre todo, por el señorito Iván), aprovechándose de la incultura generalizada de las clases bajas y un sistema socioeconómico basado en el latifundismo, ejercen  de modo aberrante un caciquismo extremo, explotador y egoísta.

    El libro muestra la miserable vida de esos “inocentes”, que son Azarías, Paco el Bajo y los suyos. Son degradados día a día por los opresores que los someten y  carecen de todo: no poseen la propiedad de la tierra ni de la casa donde habitan. Los sirvientes aceptan la caridad de sus amos (la limosna de la señora Marquesa, o de Iván tras cada cacería) y se sienten orgullosos de ser objeto de sus preferencias (caso de Paco, como secretario de Iván cuando caza). Lo curioso es que la conciencia de propiedad y vasallaje, residuo de un antiguo y atroz feudalismo, es asumida con toda naturalidad por los personajes. Así, frente a la arrogancia, la chulería y el egoísmo del señorito Iván, que sólo tiene interés por la caza y su propia satisfacción, los trabajadores del cortijo le ofrecen una lealtad sin límites y una obediencia ciega.  La sumisión de los humildes parece favorecida por la estructura cerrada del latifundio, poco permeable a las influencias exteriores, y por la ignorancia en que, conscientemente, se mantiene a los humildes.

    Ante la perpetuación de la injusticia, la rebelión trágica se abre paso como reacción inevitable. Pero no se trata de una rebelión «política», sino de una venganza individual. Un retrasado mental comete un crimen, por algo que a él le han hecho y que le afecta a él solo.  El Azarías llega al crimen sólo porque una pasión (la cinegética) ha chocado con otra pasión (su amor por la milana). Pero al lector este crimen se le aparece  como un acto de «justicia natural» que posee, dos características: estar exento de culpabilidad -porque lo comete un retrasado mental-, y constituir un resarcimiento de todos los humildes por las injusticias y oprobios sufridos.

    Otro tema principal que aparece en la novela, estrechamente ligado a esa confrontación entre señores y criados o injusticia social, es el de la educación de los desheredados, o mejor dicho, el tema de la incultura y el analfabetismo. Los señores se aprovechan de la ignorancia para mantener su situación privilegiada frente a los criados.  Régula y Paco saben de la importancia de escolarizar a sus hijos. Pero ellos tampoco podrán decidir sobre el futuro de sus hijos, pues las esperanzas que tienen depositadas en su hija Nieves para que recibiera una educación se esfuman cuando es obligada a servir en casa de don Pedro. Si los jóvenes no pueden recibir una educación, única posibilidad de emancipación de la situación de humillación crónica que viven, tampoco la reciben los adultos. La ignorancia de los campesinos queda reflejada en un episodio humorístico que evoca Paco en el  Libro segundo, cuando  vienen dos señoritos de Madrid para dar clases de alfabetización al concluir la jornada de trabajo. Delibes vuelve a hablar de la educación en el Libro cuarto, donde Iván, para atajar las críticas del embajador francés hacia el régimen franquista, se jactará del esfuerzo que ha supuesto conseguir que los criados logren a duras penas escribir su nombre.

     Relacionado con el tema de la educación, se inscribe el tema de la formación religiosa, la catequesis, que sirve al adoctrinamiento del niño en la fe y la moral cristiana al objeto de prepararlo para la comunión.  El deseo de la muchacha de hacer su Primera Comunión se convierte entre los personajes opresores, en especial Pedro y su esposa, en motivo de regocijo y burla, como si Nieves hubiese expresado unas pretensiones fantasiosas o extravagantes. El señorito Iván achaca al “dichoso Concilio” (el Concilio Vaticano II) que la joven quiera comulgar y, con intensa zafiedad, añade: “las ideas de esta gente, se obstinan en que se les trate como a personas y eso no puede ser”. Éste equipara en dicha escena  a los criados con los animales cuando Miriam, compadecida, pregunte qué mal hay en que Nieves haga la Comunión: “su padre no tiene más alcances que un guarro” , y lo mismo ocurrirá cuando paco se fracture el hueso y Manolo, el médico, le diga a Iván: “tú eres el amo de la burra”.

    Junto a los temas mencionados, otros temas secundarios está presentes en esta novela:

   -La relación del hombre con la naturaleza. Este tema aparece como una extensión del papel de cada uno en la sociedad: los ricos la explotan para su conveniencia (celebran fiestas, cazan) y los trabajadores del cortijo deben convivir con ella para sobrevivir, algunos rozando la brillantez, como ese magnífico olfato que tiene Paco el Bajo. Un ejemplo cruel del poco respeto de Iván por la naturaleza aparece en el Libro quinto, cuando manda cegar a los palomos que sirven de reclamo.

  -El calor humano y el amor al prójimo.  Azarías, por ejemplo, trata de hallar el calor humano que le falta en el cortijo de La Jara yendo a casa de su hermana Régula, donde busca a los muchachos y establece una relación especial con la Niña Chica, el ser humano a quien Azarías dedica mayor ternura. Azarías suple también ese calor humano que le falta con el amor a la naturaleza (muestra de ello son las salidas de Azaría en el encinar) y, sobre todo, muestra ese amor, que se convierte en pasión, cuando Azarías encuentra en el búho (la segunda milana) la cura a su soledad y falta de cariño.  El amor al prójimo aparece, por ejemplo, cuando Azarías es aceptado, tras ser despedido por el señorito de la Jara,  en casa de su hermana, aunque sea cierto engorro. Ese amor al prójimo sólo es posible entre los humildes, pero no entre los señores. Por ejemplo,  Iván obliga a Paco a que lo acompañe, estando cojo, como secretario de caza a una batida, dándole igual que se quede inválido de por vida. La única vez que siente cierta conciencia social  por los humildes, la señorita Miriam, se queda espantada al ver a la Niña Chica y escuchar sus berridos.

   -La pasión por la caza. Dicha pasión la siente Iván desde pequeño y arraiga en él progresivamente junto con su una arrogancia singular: se permite insultar a cuantos con él compiten, grita a los secretarios vecinos, etc. Como toda pasión incontrolada, lleva al sujeto a un estado psicológico que le hace proclive a abusar de sus semejantes -le da igual que Paco se quede inválido de por vida con tal de que le acompañe como secretario de caza-  sobre todo de Paco, en el libro quinto- y de la naturaleza para satisfacerse. El enfrentamiento entre la pasión desmedida por la caza que siente Iván y la pasión por la milana que siente Azarías llevará al desenlace trágico, cuando éste último se venga del señorito por haberle matado la milana. 

    -La insumisión. En el Libro quinto aparece dicha insumisión por parte de Quirce, único personaje humilde que desafía de algún modo al señorito al acompañarle en la caza: no le hace ningún comentario sobre las incidencias de la caza, no lo adula y, lo que más molesta a Iván, no acepta su limosna al acabar la cacería. Esa silenciosa rebelión la comenta luego Iván ante sus invitados, uno de los cuales, un ministro, comenta: “La crisis de autoridad afecta a todos los niveles”.

    - Otro temas. Como en otros libros de Delibes, aparecen también manifestaciones del mundo de la infancia en personajes como la Niña Chica, Nieves o Azarías, y el tema de la muerte, obsesión que se plasma de diferentes maneras en la obra, como en  la muerte de las milanas y en la muerte de Iván. En el Libro segundo aparece el tema de la imposible redención de los inocentes: las esperanzas  de Paco y Régula en una mejora de sus condiciones de vida al trasladarse de un cortijo a otro enseguida se esfuman, así como la ilusión de que su hija Nieves estudie, pues don Pedro, el opresor-oprimido, se la lleva para que sea su criada.

6. Los personajes

    Una constante en la trayectoria novelística de Miguel Delibes es la extrema atención que pone en la caracterización de sus personajes, muchos de los cuales están trazados con una perfección difícilmente inigualable. Los santos inocentes puede ser considerada una novela de personaje, pues la mayor proporción del texto se reserva al retrato de figuras humanas, que se pueden encuadrar en dos grandes grupos: el de los señores, los ricos, frente a los sirvientes, que son los campesinos, pobres y humillados por los primeros. Los primeros, los señores, los ricos , como la señora Marquesa, los invitados y el señorito de la Jara son aparecen caracterizados como  personajes vanos, caracterizados por su vida acomodada, su falta de conciencia social, su ideología conservadora, su deseo de aparentar, su egoísmo, su mezquindad, prepotencia, intolerancia y el desprecio de quienes les rodean. Por el contrario, los personajes humildes, los campesinos, los sirvientes, están caracterizados por rasgos positivos: son personajes en estado de pureza, auténticos, desheredados de la fortuna, padecen miseria, tienen amor al prójimo, sufren soledad, son sumisos y no han recibido educación. Sólo en la señorita Miriam hay alguna muestra de conciencia social y sensibilidad  hacia los humildes. Con ella se evita el total maniqueísmo que algunos achacan a la novela. También rompería el maniqueísmo uno de los hijos de Paco, Quirce, pues en él hay hosquedad y una actitud de no sumisión  que molesta mucho al señorito Iván cuando lo acompaña en una jornada de caza.

   A medio camino entre ambos, los humillados y los señores, podríamos organizar un simbólico grupo, formado por dos personajes de reacciones biológicamente muy primitivas (Azarías y la Niña Chica, que se comportan de modo instintivo y maquinal) y los animales domesticados (la “milana” primera, llamada también Gran Duque, que es un búho, y la segunda “milana”, que es una grajeta o grajilla). Vamos a detenernos en los tres principales de cada grupo o personajes de primer plano: Azarías, Paco el Bajo (por parte de los sirvientes campesinos) y el señorito Iván (el personaje más desarrollado en la novela dentro del grupo de los señores).



AZARÍAS

    Azarías es, junto a la Niña Chica, un “inocente”, es decir, un retrasado mental, un pobre infeliz cuyos movimientos y afectos inspiran la ternura del lector, convirtiéndose en el personaje más entrañable del libro y una de las figuras más completas de  toda la novelística de Delibes.

    Es viejo (sesenta y un años) y está marginado entre los habitantes de los dos cortijos. No tiene malicia y su comportamiento es tan natural e ingenuo que prácticamente viene a ser el símbolo de la unión de lo instintivo con la naturaleza. Su afán es cuidar pájaros y su dedicación más apasionada, la de domesticarlos y acariciarles el entrecejo mientras los arrulla con su sempiterno estribillo “Milana bonita, milana bonita”. Azarías mantiene diálogos instintivos y elementales con las milanas (“uuuuuuh” o “quiá”). En las milanas (la primera es un búho, la segunda es una graja) encuentra Azarías la posibilidad de comunicación y agradecimiento que no halla en los hombres.  

    Azarías va y viene a su antojo por el cortijo ante la benévola indiferencia del resto de personajes. Su conducta es instintiva y mecánica. En el cortijo de La Jara hacía todos los días lo mismo: lustraba el automóvil del señorito, quitaba los tapones de las válvulas de los automóviles de los invitados, cuidaba de los cinco perros del cortijo, soltaba los pavos al encinar, rascaba los aseladeros, regaba los geranios y el sauce, adecenta el tabuco del búho, desplumaba la caza, se orinaba las manos, contaba los tapones de las válvulas, cuidaba del Gran Duque (la primera milana) e iba a correr el cárabo.

    Su retraso e ignorancia supone su marginación en ambos cortijos. Dl primero es expulsado y en el segundo es “un engorro”, pero su presencia es soportada por el cuidado de su familia, por la determinación de su hermana Régula, que no quiere llevarlo a un asilo. 

    Azarías, no obstante, demuestra, más que otros personajes, primarios sentimientos humanos: el miedo (cuando sale a correr con la primera milana el cárabo, en el que a su vez queda preso de un extraño placer); la ternura, como demuestra en su relación con las milanas y sus mimos a la Niña Chica; la tristeza, como cuando enferma la primera milana y muere.


PACO EL BAJO

    Es el personaje más humillado y, al mismo tiempo, de los más admirados por el señorito Iván. Y ello porque éste le obliga a comportarse como si fuera un perro eficaz e imprescindible en las batidas de caza:  es leal, obediente, agradecido, digno de alabanzas y consideraciones. El aspecto de su conducta que más destaca es su sumisión. Paco asume de forma natural su condición de siervo. Acepta la humillación que supone el aislamiento de estar cinco años en la Raya de la de Abendújar; acepta resignadamente que su hija, Nieves, vaya a servir a casa de Pedro, el “Périto”; acepta la humillación de las firmas ante el embajador francés; se ilusiona con su cargo de “secretario”, con todo lo que ello conlleva: aptitud para la carga y la cobra, pero también la obligación de adular al señorito Iván. Quizá la máxima expresión de su sumisión está en las palabras con las que reconviene a Nieves cuando le dice que “en estos asuntos de los señoritos, tú, oír, ver y callar”. Además de sumiso, es pacífico y resignado. Todo lo acepta de buen grado y sin rechistar (“ae, a mandar, que para eso estamos”, es la respuesta habitual que él o su esposa Régula dan ante cualquier requerimiento de los señoritos o de don Pedro).

    Tiene, sin embargo, aptitudes que son muestra de sabiduría e ingenio (olfato para la caza). A ello une sus conocimientos del comportamiento de los animales. Comparte con el señorito Iván la pasión por la caza, la excitación ante la llegada de muchos pájaros.   

    Posee, finalmente, detalles de indudable calidad humana. Desea con ilusión que sus hijos alcancen un futuro mejor a través de la educación; pero no lo consigue: la Niña Chica, la Nieves, que “tiene talento”, se pone a servir. Es, junto a la Régula, modelo de amor al prójimo, que muestra, por ejemplo, en su actitud de comprensión y cariño hacia Azarías.


EL SEÑORITO IVÁN

   El señorito Iván es el principal representante de la clase opresora, que degrada a los seres humanos. Este  presenta muchos rasgos negativos y es muy difícil hallar algún rasgo de bondad. Es caprichoso, arbitrario y egoísta. Asume totalmente su condición de amo y no permite que nadie pueda limitarla. Manifiesta una total ausencia de conciencia social hacia los humildes.

Su mentalidad feudal le lleva a establecer relaciones de permanente dependencia con sus siervos, a mantener en todo momento la jerarquía (“unos abajo y otros arriba, es ley de vida ¿no?”), con una ausencia total de conciencia social hacia los humildes. Su talante autoritario se manifiesta en muchos detalles: obligar a Paco a que le llame de usted siendo aún un niño, obligar a la Nieves al acto servil de quitarle los botos,... Todo ello acompañado de un paternalismo que refuerza aún más su condición de amo.

Otro de sus rasgos negativos es la vanidad, su ansia de destacar por encima de los demás. Ello le lleva a menudo a mantener una actitud insultante y de desprecio no sólo hacia sus siervos, sino también hacia sus invitados.

Su pasión incontrolada por la caza supone un gran desprecio por la naturaleza. Antepone esta pasión a todo: accidente de Paco, búsqueda de otro secretario, muerte de la grajeta. Su pasión cinegética chocará con la pasión del inocente Azarías por su milana y conducirá a éste a vengarse de Iván.

Destaca, finalmente, su conducta cínica, especialmente en sus devaneos con doña Purita, con la que se relaciona de forma natural, como si tuviera derecho de uso sobre la esposa de su hombre de confianza, al que en el colmo del cinismo le dice: “...tu frente está lisa como la palma de la mano”, cuando es evidente lo contrario.


OTROS PERSONAJES DE SEGUNDO PLANO

    Son muchos más los personajes que aparecen. Rápidamente destacaremos los rasgos principales de algunos, que se sitúan en un segundo plano:

    -Régula es la mujer de Paco el Bajo. Trabajadora infatigable, viene a ser la conciencia social de su familia frente a la irracionalidad despótica del señorito Iván. Quiere que su hija Nieves vaya a la escuela, aconseja a sus hijos y se ocupa de una familia en la que dos de sus miembros requieren una atención especial: Azarías (que no permite que vaya a un asilo, aunque suponga un “engorro”) y su hija Charito, la Niña Chica.

    -Quirce es símbolo de la insumisión. Cuando acompaña al señorito Iván a una batida de caza no  se muestra servil como su padre, casi no habla ni adula al señorito y, lo que más molesta a éste, no acepta su limosna.

   -La Niña Chica es otro de los personajes bien conseguidos. Su subnormalidad profunda queda patente en la descripción de sus rasgos físicos, en su mudez o en que se ensucia con frecuencia. Constituye la imagen más impresionantes de la degradación. Quizá lo que más sobrecoge es su “berrido lastimero”.

   -Don Pedro, el “Périto” es un personaje perteneciente a la clase media. Es un opresor de los humildes y un oprimido por el señorito Iván. Está preso de celos y de impotencia. Su mujer, doña Purita, muestra con su marido una actitud desafiante y su comportamiento  es un ejemplo de frivolidad., como lo demuestra sus devaneos amorosos con el señorito Iván.


 


7. El espacio y el tiempo

    Delibes no concreta con exactitud el lugar ni el tiempo de la acción, pero por ciertas referencias podemos concretar de modo aproximado el marco espacio-temporal de la novela. Primero nos centraremos en el espacio y después hablaremos tanto del tiempo histórico como del tiempo textual.

    Si bien no se dice de modo exacto el lugar donde transcurre la novela, podemos determinar que no parece sobrepasar los límites de Castilla, región en la que sitúa la gran mayoría de sus narraciones. La razón estriba en el deseo de dibujar la realidad del latifundio, profundizando en su organización social (amos y siervos). En la novela se nombra varias veces el cortijo, espacio más característicos de otras regiones españolas: Andalucía y Extremadura. Por ciertos topónimos, aunque algunos son inventados, y por la a detallada flora y fauna descritas profusamente en la novela, se ha dicho que el lugar de la novela coincide con la del campo extremeño, cercano a Portugal. En cualquier caso, la novela responde a un claro concepto de realismo. Los dos cortijos que aparecen en la novela, el de La Jara (en el que sirve Azarias durante muchos años de su vida) y el del Pilón (propiedad de la señora Marquesa, madre de Iván, y en el que se desarrolla gran parte de la acción), están minuciosamente descritos, mediante un léxico de gran precisión y profusión de detalles. El autor presta atención, selectivamente, a aquellos elementos que permiten . expresar mejor la condición social de las personas o muestran los vínculos entre los hombres y la naturaleza. El cortijo de la madre del señorito Iván presenta dos zonas claramente diferenciadas: un gran espacio natural y, dentro de él, una zona de viviendas. El primero se dedica a la agricultura, al pasto del ganado y, fundamentalmente, al gran escenario de la caza. La zona de viviendas es una zona cerrada, protegida por una tapia y un portón que debe abrir Régula; por esta razón hay que suponer que la vivienda de Paco se halla muy cercana a la entrada. Junto a la tapia hay unos arriates con geranios que abona Azarias. Cerca de la casa de Paco están los aseladeros (para las gallinas) y el tabuco para las milanas. También hay en el cortijo una corra lada (espacio abierto) en la que se reúnen los sirvientes para celebras la llegada de la señora Marquesa y que está rodeada por las casas de pastores, gañanes, porqueros, guardas, apaleadores, etc. En el interior del cortijo se hallan los tres edificios principales: la Casa Grande, vivienda de los propietarios; la Casa de Arriba, en la que viven el encargado, don Pedro, y su esposa, doña Purita; y una pequeña capilla en la que el obispo celebra la misa de la Primera Comunión. En definitiva, el espacio tiene una gran importancia en la novela porque, aparte de ser un elemento que dota de cohesión a los distintos episodios, y de transmitir una fuerte impresión de realidad, revela la estructura jerárquica del latifundio. Por ejemplo, las viviendas de los señoritos y del encargado del cortijo contrastan vivamente con la sencillez de la vivienda de Paco, el Bajo; y más aún con la que tenia antes en la Raya, ..un chamizo blanco con emparrado y somero cobertizo". Por último, hay que resaltar que el paisaje tiene una gran importancia porque expresa una doble actitud del hombre ante la naturaleza: los inocentes se hallan integrados en él, mientras que los señoritos lo degradas con sus abusos.       

   Respecto al tiempo, no existe, como dijimos arriba, una fecha explícita que indique el año en que transcurre la novela. En el libro segundo, hallamos, sin embargo una referencia que permite situar el momento histórico que se pretende plasmar. Al burlarse de que Nieves desee hacer la Primera Comunión, el señorito Iván dice que la culpa no la tienen ellos sino »ese dichoso Concilio que los malmete". Se refiere al Concilio Vaticano segundo que se celebró en Roma durante tres años, de 1962 a 1965. Este detalle y otros, como el uso del tractor en las tareas agrícolas, apuntan a que la mayor parte de los acontecimientos se sitúa en torno a los primeros años sesenta. La novela pretende, en conjunto, demostrar la pervivencia, en tiempos relativamente cercanos, de una sociedad arcaica y radicalmente injusta. Respecto al tiempo de los acontecimientos, hay que decir que la parte dramática se produce en un tiempo relativamente corto. Los dos accidentes de Paco, su sustitución por Azarías como secretario, la muerte de la segunda milana y el asesinato de Iván, sucesos que ocupan los libros quinto y sexto, corren en unas tres semanas aproximadamente. Es el tiempo que dura "la pasa de palomas", fechas en las que el señorito se instala por dos semanas en el cortijo. Esos son los hechos memorables del "último año" de la vida en el cortijo, pero el libro también pretende hacer un recorrido por la vida de los personajes. y para ello muchas veces suele haber desorden cronológico o retrocesos temporales, pues lo importante es acomodar el tiempo a las vivencias y peripecias de los personajes. Es muy amplia la proporción de tiempo que se dedica a Azarías y más reducido, pero no menos relevante, es el tiempo dedicado a Paco, el Bajo. En otros personajes, el tiempo se concentra en hechos puntuales, como en la huida de la mujer de Pedro.

    En verdad, desde el punto de vista de la organización de la novela, destaca el uso subjetivo del tiempo. Así, baste recordar lo siguiente:

    -La novela está estructura en tres partes: las dos primera presentan una configuración episódica (vida rutinaria de los personajes) y la tercera presenta una configuración dramática (relato de los sucesos más importantes en los dos últimos libros o capítulos, donde sí se relata de manera lineal y siguiendo el orden lógico-temporal de los acontecimientos).

    -Se emplea la repetición y la variación de los sucesos.

    -Es una novela de personaje y el autor no escatima recursos narrativos para completar el perfil humano de sus criaturas. Por ello, si procede, no le importa romper conscientemente la linealidad del relato, jugando con el tiempo al reiterar sucesos, hacer retrocesos temporales o contar anécdotas fugaces. Así ocurre en los cuatro primeros capítulos, pues importa más el dibujo del personaje que los hechos que protagoniza.